Una de miedo

Venía yo de una conferencia bastante divertida: por un lado, una serie de presentaciones más o menos interesantes y alguna que otra polémica (para un ejemplo mirad el post abajo). Quizá lo más divertido fue que en medio de una presentación a través de Skype un amigo del anfitrión se conectó. El nombre de usuario era ‘date some’, y luego tenía un nombre como ‘sexXXX’ o algo así. El anfitrión, de repente, se puso muy nervioso, y al tratar de eliminar la ventanita con el nombre (que la verdad, casi no se veía) desconectó al que hacía la presentación. Yo os juro que me tuve que aguantar el pis, casi se me sale.

Bueno, pero dejemos eso. Lo que os quería contar es una de miedo. La cosa fue así:
Voy en un autobús que cruza una de estas ciudades de medio-Inglaterra. Muy a menudo estas ciudades no parecen nada acogedoras: casas de ladrillo rojo, chimeneas victorianas, centros comerciales comiéndose las plazas centrales, y ahora que sale el sol, gente apretándose los michelines entre lycra. El autobús se para y el conductor, muy despacio, baja la plataforma para ayudar a subir a una señora que empuja un cochecito de bebé. La señora tiene entre cuarenta y cincuenta años, pero tiene la cara tan arrugada y desconchada que podría pasar perfectamente por 70. Tiene el pelo corto, y peinado para atrás a lo Mario Conde, teñido de rubio oxigenado pero con fuertes raíces negras que descubren el descuido.

Lleva una camiseta amarilla descolorida sin mangas, como una camiseta de jugar al baloncesto de algodón. A través de ella se ve el sujetador, los pelos del sobaco y una suerte de tatuajes semi-carcelarios. En la cara, entre arrugas, el maquillaje se distribuye irregularmente, alrededor de los parpados hinchados y sobre las mejillas, con el exceso pero sin la gracia de la Alegría de la Huerta.

Todo el foco de atención de esta mujer se concentra en el bebé ( ¿o son dos bebés?) en el carrito, que despacio empuja dentro del autobús. En la parte de atrás cuelgan las bolsas de la compra y ropas viejas. Yo me pregunto ¿serán sus nietos? Y, para mí vergüenza, también me pregunto si esta mujer es capaz de atender a un bebé, sólo basándome en su aspecto, mea culpa, pero quiero que os hagáis una idea. El siguiente pensamiento que me cruza la cabeza es si la cara de boxeador es el resultado del alcohol o drogas o qué sé yo. Pero pronto tengo que parar mis pensamientos, porque la larga cola intentando entrar al autobús están teniendo problemas con la señora que está parando el paso, avanzando lentamente con el carrito. Entre las contorsiones y movimientos para acomodar a la gente en el autobús casi me olvido de que la señora está ahí.

Cuando el autobús se pone en marcha de nuevo vuelvo a mirar a la señora, y luego al carrito. Y luego vuelvo a mirar casi sin poder creer lo que veo. En lugar de bebés de verdad en el carrito veo, inmóviles, vacíos, dos horribles bebés de juguete.

3 comments:

Anónimo dijo...

Si esta entrada empieza me meo de la risa, ¿como es que contandonos esa historia del viaje acabamos cagando de miedo? (que por cierto me da la impredión que todos los autobuses en Londres encierran una historia de este tipo)Escatológico 100%

Anónimo dijo...

Yo viví hace poco una historia parecida, que saliendo del ascensor encontre a dos mujeres ataviadas con tipica vestimenta arabe algo exagerada. Llevaban un cochecito de bebé mugriento y anticuado enorme.Me llamó mucho la atención que siendo verano estuviera aquel supuesto niñito tan tapadito con lo que parecian ser capas y capas de mantas. Las dos "madres" me di cuenta que no querian que me acercara a verle y yo mas curiosa por supuesto.En un descuido de ellas pude (no sin gran sorpresa)ver el nene que parecian ocultar y caspita¡¡se trataba de una botella de butano.

Vane dijo...

Ja ja que historia mas buena