Me rebota y te explota

Pues ya que os gustó el post anterior, que iba de polémicas, os voy a explicar otra polémica que viví la semana pasada, pero de corte diferente. La verdad que pensaba olvidar este tema para siempre, pero al llegar a casa, mientras cenábamos, Bas y yo hemos estado escuchando un programa horripilante sobre lo que ciertos activistas ambientales proponen para el cambio climático: el argumento es que lo del cambio climático corre tanta prisa, es de tal urgencia, que, esta gente argumenta, deberíamos dejar a un lado la democracia e imponer las medidas autocráticas para vivir dentro de los límites que impone el planeta.

Cuando escucho un argumento así me deprimo un montón. Casi casi que me dan ganas de largarme a una conferencia de republicanos escépticos del cambio climático… bueno, ¡tanto no! Pero sí que me deprime, porque no hay nada, nada en este mundo que me vaya a convencer de que hay que establecer un régimen autocrático (o tecnocrático o cienciocrático o incluso climacrático). Me da igual, no hay nada más importante que el derecho de la gente a decidir sobre sus propias vidas. Ya me parece que falta democracia, sólo falta ahora que le quitemos más. Y además, semejantes argumentos inconscientes no hacen más que echar leña a los escépticos del cambio climático, que de repente se convierten en abanderados de la democracia y la libertad.

Como ya sabéis, yo estoy convencida de que es la desigualdad social, y si acaso, la falta de libertad de ciertos grupos de personas, la causa del cambio climático y otros males que afectan al planeta. Claro que las emisiones están asociadas al consumo, pero no todo el mundo consume lo mismo. Más represión sólo contribuiría a crear más desigualdad y falta de libertad, y creo que contribuiría poco reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero bueno, dejemos los debates para la academia.

Lo que os quería contar es que el otro día en una conferencia tuve una de mis famosas erupciones volcánicas. La cosa fue así: después de la cena comunal, en un hotel bastante elegante, mientras iba a mi habitación, un grupo de académicos de la conferencia apareció con varias botellas de vino que habían sustraído de las mesas (como en mis mejores tiempos con Dani en Montes). Yo ya sabéis que no me puedo resistir a la subversión, así que me uní al grupo y nos sentamos a la fresca en una de esas raras noches cálidas en Inglaterra.

Lo bueno de estas conferencias a las que voy yo es que hay gente de todas edades y de todas disciplinas. En este caso, el grupo estaba integrado por varias personas de ONGs, tres profesores de ingeniería y desarrollo, y varios estudiantes de doctorado, además de mí. La conversación empezó mal para mi gusto. Las conversaciones, en general, se vuelven un rollo cuando alguien habla y todos los demás tenemos que escuchar. En este caso, lo peor era tener que escuchar a un aguelete que, por mucho doctorado o profesorado que tuviera, no dejaba de despotricar contra todo el mundo por ser insostenible, por no darse cuenta de que tenemos que consumir menos y vivir menos también, y que se yo. Tampoco es que el hombre tuviera una visión muy coherente de nada, en mi opinión. La cosa es decir que equivocado está el resto del mundo, y que idiotas son que no me escuchan. Yo, de verdad que le estaba intentando escuchar, pero al final no me pude contener y le dije algo así como: “¿Pero has pensado que igual hay otra gente que tiene una opinión diferente a la tuya y además, están sus opiniones pueden ser completamente legítimas?”

Entonces el hombre este me lanzó la mirada. Estábamos un grupo de 12 o 14 personas, pero era como si tuviéramos un duelo a dos.

-“¿Pero bueno? ¿Cómo te atreves? Pues claro que no. ¿No has visto el ejemplo de las comunidades resilientes? (igual las llamó de otro modo pero no me acuerdo bien)”
Yo miré a las caras de la gente alrededor y nadie parecía saber de que hablaba el hombre, pero todos se callaron como búhos acechando. Pero a mí la ignorancia no me asusta.
-“Yo no sé lo que son, ¿me lo puede explicar, por favor?”- dije.
-“Pues si no sabes lo que son, míralo en Internet, y aprenderás mucho de ellas”
Allí mismo consulté el diccionario English-Vanesish, Vanesish-English, en el cuál “Pues si no sabes lo que son, míralo en Internet, y aprenderás mucho de ellas” equivale a “Soy un idiota redomado y prepotente que cree que sabe todo mejor que nadie” y mi interés en la conversación declinó considerablemente. Algunos me vieron desaparecer debajo de mis cejas, aferrada al vaso de vino.
Claro, que una frase idiota sólo respondida por una sonrisa cínica no equivale a ganar la batalla. Por alguna razón que no acabo a comprender, el hombre insistía e insistía en que me tenía que convencer de lo bien que entendía, mejor que nadie, la sociedad. Al final le dije, tranquilamente:
-“Lo que no puedo entender es que de verdad crea que sólo usted puede tener la razón, que no puedan existir visiones alternativas de la realidad”, le dije.
-“ ¡Ahg! ¡Estas enferma! ¡Cómo ellos! ¡Estás enferma!”
Yo quien son ‘ellos’ no tengo ni idea. Bueno, y él está de psiquiátrico, pero vamos, si es un caso clínico a mí ni me va ni me viene. Mi falta de respuesta se interpretó como una victoria (pero las batallas de ideas sólo se ganan en los corazones). Y así pudieron continuar la conversación sin mi presencia. Yo, por mi parte, adopté mi actitud observacional que me ha servido en tantas ocasiones y les escuché intercambiar argumentos simplistas sobre lo idiotas que son todos los demás excepto ellos. Entonces me empecé a calentar. Yo nunca lo noto: Sólo me siento normal, tranquila, pero cínica. Una actitud de ‘me rebota y te explota’, vamos. Es en ese momento cuando una llamita me hará explotar, una pequeña cerilla, una palabra, un gesto… la gota que rebosó el vaso llegó así:

Primero tenemos una pequeña conversación incluyendo al hombre extraño ése sobre un departamento de ingeniería en el que hay varias decenas de hombres y dos mujeres. Dos miembros de ese departamento discuten sobre lo groseras y competitivas que son esas dos compañeras, quienes apenas hablan con el resto del departamento. Entonces, una chica de mi edad más o menos, como llamando la atención suelta la bomba:
-“Las mujeres académicas, son todas como Margaret Thatcher, super agresivas. No sé por qué pero no hay quien las aguante.”

Entonces noto como mis manos se agarran a la mesa, y ahora sí, la corona de mi cerebro hierve. Pero aguanto. Al fin y al cabo es una mujer joven diciendo esto… no sabe bien lo que dice. Hasta que los tipos a su alrededor empiezan a dar ejemplos que confirman semejante sentencia, como por ejemplo, el de las dos mujeres en un departamento de 50 hombres. Y así ya no puedo más:

-“¡¿Pero no os dais cuenta de la manera que estáis generalizando sobre las mujeres?! De ningún modo se pueden desestimar las desventajas que tiene ser mujer en la academia o fuera de ella. No vivimos en una sociedad igualitaria, de ninguna de las maneras. Pero es que, la manera en que habláis sólo contribuye a reproducir nuevas y viejas formas de desigualdad.”- La irritación es patente en mi voz, cómo lo es mi interrupción repentina de la conversación. ¡Pero no me voy a aguantar esa, alguien tiene alguna vez que cantar las cuarenta! Ni que decir tiene que cuatro o cinco personas, ya menos animadas, me evitaron durante el resto de la conferencia. A veces decir las cosas claras equivale a tener la peste. ¡Pero es que a veces las gilipolleces son muchas para que uno se aguante, y gritar no es suficiente!

1 comments:

Jareta dijo...

Muy bien hecho!