Una pequeña historia imaginada

Cuando abrió los ojos no recordaba donde estaba. No era la primera vez que su propia habitación le resultaba extraña. Las las viejas lámparillas con flores traslúcidas se deshacían en sombras alrededor de la habitación. Alex se frotó los ojos y las miró danzar a su alrededor, imaginando un misterioso aquelarre de desesperación. ¿Cuánto tiempo había pasado ahí? Veinticinco años, veinticinco, y poco que contar. Una tarde de pesca de vez en cuando, alternando trabajos de verano e invierno. Dos intentos fallidos de extender sus pocas posibilidades en la universidad. Veinticinco años sentándose a desayunar con su madre, casi sin mirarse, respondiendo monosílabos y sonrisas forzadas. Ni siquiera era su habitación, ya; era un extraño. Deshecho de sí mismo, cansado, echó las mantas hacia un lado y puso los pies en el suelo para levantarse. Su cabeza, aún flotando en cerveza tras la noche anterior, pareció desmoronarse. Respiró hondo. No era la primera vez que tenía una resaca como ésta. No era la primera vez que la vaga imagen de una chica desconocida revoloteaba en retazos de recuerdos, mientras trataba de ponerle un nombre. Alex cogió sus vaqueros, y rebuscó en sus bolsillos, en busca de unos cigarrillos. En el paquete de Malboro, un último cigarro esperaba medio aplastado a arreglarle la mañana. Pasara lo que pasara nunca se olvidaba de guardarse el último para la mañana. Pero había habido mañanas peores que esta... Alex inhaló el humo lentamente tratando de borrar con él el alcohol y los besos de la desconocida. Unas medias arrugadas colgaban del respaldo de una silla; de la mujer, ni rastro. Alex apretó los labios, tratando de apartar algunos recuerdos desagradables, los lenguetazos, las palabras descoordinadas. Se quedó parado mirando por la ventana. Los otros pisos, decadentes, producto de las políticas sociales de los años 60, sin ganas ni inteligencia, se erguían ante Alex, negros, decadentes, llamando a la huída y al olvido.
“¡Alex! ¡Hay alguien por tí llamando en la puerta!” su madre gritó desde la cocina, como un rugido que hizo las paredes temblar. Alex contestó con el mismo volumen y el mismo tono de indiferencia y resentimiento en su voz: “ ¡Ya voy!”
Suspiró mientras exhalaba el humo de la última calada. “Esto es penoso”, se dijo en voz tan baja que no sabía si establa hablando solo o pensando, “no sé que estoy haciendo aquí. Este país se hunde y yo me hundo con el. Necesito sol, necesito tiempo, necesito que mi madre esté lejos...” Miró al poster que colgaba de una de las paredes, junto a una foto de Carmen Elektra en topless invitandole a imaginar. Alex imaginaba más con el otro poster, las palmeras, la playa blanca, se imaginé a sí mismo apoyado allí en un chiringuito, sirviendo coktels a millonarias aburridas y tomando el sol al atardecer. “Me iré a Thailandia. Cuanto antes. Esto no puede continuar así.” Al abrir la puerta de su cuarto vió la silueta de su madre, en chandal, moviéndose alrededor de la cocina. Siempre estaba allí, ajetreada, de un lado para otro, sin poderle explicar a nadie que es lo que hacía. Apoyado contra el marco de la puerta su amigo John le sonrió. “Eh, colega! Buenas noticias. Un trabajo a la espera. Tal vez esta sea tu oportunidad, la oportunidad de ir a to Thailandia, para siempre.”

***
Cuando abrió los ojos no recordaba donde estaba. No era la primera vez que su propia habitación le resultaba extraña. Las las viejas lámparillas con flores traslúcidas se deshacían en sombras alrededor de la habitación. Alex se frotó los ojos y las miró danzar a su alrededor, imaginando un misterioso aquelarre de desesperación. ¿Cuánto tiempo había pasado ahí? Veintisiete años, veintisiete, y poco que contar. Una tarde de pesca de vez en cuando, alternando trabajos de verano e invierno. Dos intentos fallidos de extender sus pocas posibilidades en la universidad. Nueve meses en Thailandia malgastando el dinero conseguido en una gran noche, la noche en que romper un cerrojo le consiguió varios miles de libras. Veintisiete años sentándose a desayunar con su madre, casi sin mirarse, respondiendo monosílabos y sonrisas forzadas. Ni siquiera era su habitación, ya; era un extraño.
Alex se miró las manos cansado. La cama estaba caliente, ahora que Mila yacía plácidamente al otro lado de la cama. Alex se levantó y rebuscó en sus vaqueros el último cigarro. Su madre, Mila, todo eran mujeres diciéndole lo que tenía y no tenía que hacer. ¿Qué sabía ellas? El ya era un hombre, uno que había cruzado el mundo. A traves de la ventana vio los otros edificios, negros, decadentes, y sintió una punzada en el estómago, la misma que había sentido durante veintisiete años, excepto los días contados que se había escapado a Thailandia. ¿Pero como is ahora, con una mujer? Alex miró a la puerta e imaginó a su madre al otro lado, en chandal, dando vueltas por la cocina como si estuviera muy ocupada. Tenía que hacer algo, salir de aquella casa, romper la dependencia de su madre para siempre.
Apuró el cigarro.
“Alex, tu amigo está aquí”- la voz de su madre atronó las paredes. Mila se desperezaba entre las sábanas.
“¿Qué couirre?”
Alex tiró el cigarro en la papelera, y salió de la habitación, sin contesar. Apoyado en el marco de la puerta su amigo John le sonrió. “Eh, colega! Buenas noticias. Un trabajo a la espera. Tal vez esta sea tu oportunidad; eso si no te lo fundes todo en putas en Thailandia.”

1 comments:

Anónimo dijo...

muy buena la historia, un poco asfisiante y pesimista, pero creo que muy realen muchos casos, sin embargo tienes un fallo:
"Hay alguien por tí llamando en la puerta!.- ¡¡¡¡revisa tu castellano¡¡¡¡¡¡