¿Qué hacer, qué hacer?
Una de las glorias de Serbia es sin duda su servicio de trenes. De Belgrado a Novi Sad (unos 100 km) cogimos un tren por el modico precio de 180 Dinars, más o menos 2 eurillos de nada. Ahora, el tren había que verlo; el mismo Tito debía de haberlo inaugurado allé por los años 40. El trenecito iba a 30 km/h (3 horas, 3, de viaje) y los compartimentos eran un primor. Algo de romántico ya tenían, uno casi se podía imaginar con uniforme de soldado de la segunda guerra mundial agitando la mano con pasión ante la delicada quiceañera que quizá no volvería a ver jamás: “adiós, adiós, mi amor, voy a luchar por un mundo mejor, a acabar con el fascismo para siempre”. Ay, ay si es que casi se me cae la lagrimilla de pensarlo. Las ventanas estaban tan sucias que apenas se distinguían los contornos del paisaje, y al apoyarse en los asientos se podían observar unas marcas sospechosas fruto de los eternos años de mocos pegados en los asientos ante la mirada descuidada de otros pasajeros. Para completar el cuadro nos tocó viajar con dos parejas que no pararon de cascar en Serbio durante el viaje. Bas se llevó la peor parte porque yo me dormí enseguida (siguiendo mi tradición dormilera en cualquier medio de trasnporte ) y cuando llegamos a Novi Sad el tío tenía la cabeza como una regadera.
Pero esto no fue nada comparado con el viaje de vuelta. Yo ya le había advertido a Bas que sería mejor volver en autobús, pero como sabéis, Bas es un fanático de la seguridad e insistió en volver en el tren. Ahora, intentamos coincidir con el horario del tren rápido, el bueno, supuestamente mejor que la cafetera en la que habíamos llegado. Y efectivamente el tren era más nuevo, los asientos más cómodos y las manchas de mocos más disimuladas... pero coincidió que hacía un calor horroroso y que en este tren solo se podía entreabrir una pequeña ventanilla en la parte superior del vagón (por estos precios, como supondréis, el aire acondicionado es una experiencia irrealizable).
Hacía un calor tan insoportable que en los primeros 20 minutos de viaje me bebí un par de litros de agua sin efecto aparente; además, aunque está prohibido fumar, todo el mundo fuma así que fumar en el tren es aceptable. Yo ya me había olvidado de lo horroroso que es viajar en un tren lleno de humos y sin la adecuada ventilación... ya estaba a punto de echar la pota cuando un acontecimiento llamó mi atención de tal manera que se me olvidó que estaba mareada.
La cosa fue que en uno de los asientos próximos al nuestro iba una señora. Aparentemente iba dormida, pero de repente se cayó al suelo y pudimos ver que estaba echando espuma por la boca, entre espasmos. La gente horrorizada saltó de allí y algunos fueron en seguida a buscar al guarda del tren, pero nadie sabía que hacer. Si hubiera sido como un ataque de epilepsia (yo he visto unos de estos en mi vida) hubiera corrido a meterle una cuchara en la boca, pero no era eso. Yo pensé que era rabia, y estaba acojonada, la verdad. Cuando los guardas llegaron no sabían que hacer. La señora estaba tumbada en el suelo, ya sin moverse, y hacía unos sonidillos “aaaaayyyy, aaaayyyy”. Los guardas la miraron con ojos como platos, pero apenas podían reaccionar. Con la ayuda de otro pasajero la levantaron y sentaron en su asiento, tratando de reanimarla. La señora abrió los ojos y a nuestro entender empezó a hablar con los guardas en lo que parecía un trozo de conversación coherente. Alguien llamó a un médico que viajaba en el tren, y tras sostener una conversación con la señora y examinar lo que parecía un común y desmayo por el calor (a mí no me lo parecía, pero a los presentes sí) continuamos el viaje.
Pero a mitad de camino entre la estación donde el médico había examinado a la señora y la siguiente, los ataques comenzaron a repetirse, uno detrás de otro. Yo veía a los pobres guardas tratando de sentarla en su asiento, y me preocupaba que se ahogara con lo que quiera que fuera que salía por su boca. Bas, histérico, no paraba de decir “ ¿qué clase de país es este en el que no la atienden propiamente?” pero yo le dije que eso no era justo porque estábamos en medio de la nada, y probablemente la ambulancia estaría esperando en la próxima estación. Pero la señora allí estaba, y por mi cabeza pasaban toda clase de teorías. De repente se me occurrión que quizá hubiera que hacerle el boca a boca. Entonces me imaginé a mí misma haciéndole el boca a boca por encima de toda esa espuma y sentí repulsión por todo mi cuerpo. Afortunadamente, después de veinte minutos de agonía llegamos a la siguiente estación donde un equipo medio esperaba, y atendieron a la señora diligentemente. Una vez que el tren se puso en marcha de nuevo el susto pareción desvanecerse.
Yo me dije que me iba a poner inmediatamente a hacer un curso de primeros auxilios, pero ahora que estoy aquí me da una pereza horrible...
1 comments:
pero que pasa con esta página, esta tope aburrida, basta ya de vacaciones queremos imformación fresca.chao
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