Regreso a Nigeria
Hace mucho tiempo que no escribo algo bonito en el blog... mi padre me dice que desde que no estoy en Nigeria ya no le interesa lo que escribo...
Así que he pensado rescatar una historia de mi memoria, se trata del viaje al Parque Nacional del lago Kainji.
El lago Kainji no es tal, es en realidad un enorme embalse construido en los años sesenta por la compañía nacional de electricidad nigeriana, a unos trescientos kilómetros de Ibadan. Aunque puedes alquilar un coche a la entrada del parque, una amiga del campus nos dejó su fantástico Jeep Cherokee.
Nigeria está partida en dos por su religión. De la mitad abajo, son cristianos (casi todos convertidos al cristianismo por “misioneros” sedientos de dinero venidos desde la meca de los “sueños” (US)
La mitad superior es musulmana. La mitad norte Nigeriana fue un gran reino musulmán cuya capital era Kano. La religión se mantuvo por el continuo intercambio comercial con la gente del norte a través de las rutas comerciales que discurrían desde el mediterráneo a través del desierto. Estas rutas estaban transitadas por grandes caravanas de nómadas que llevaban especias de un lado al otro del desierto, pero también por pequeños ganaderos que llevaban sus productos hasta el pueblo más cercano. De este modo, los productos se comerciaban cambiando de manos en cada pueblo, a través de una ruta larguísima que todavía existe y que hace que por ejemplo los turistas en Marrakech se vayan a casa con tallas en ébano del Congo o joyas talladas en piedras preciosas extraídas de las minas en Sierra Leona o Camerún.
Así en la mitad inferior se pueden encontrar a los Yorubas y los Igbos, tribus de costumbres más primitivas (que son los que ahora se convierten en masa al cristianismo) de los que os he hablado tanto (Ibadan es Yoruba) y en el norte Hausas y Fulanis, musulmanes. Los Fulanis son nómadas, siempre ganaderos, con las costumbres más vistosas en el sentido turístico del término, aunque también famosos por su habilidad para engañar a los trabajadores internacionales y Ongs para recibir dinero mientras conducen sendos BMWs. Los Hausas son la etnia mayoritaria y también, según algunos, los que controlan el país, especialmente tras masacrar a los Igbos (con complicidad de los Yorubas) en la guerra de Biafra. Los musulmanes de Nigeria defienden la Sharia, la (in-)famosa ley según la cual (teoréticamente) se puede lapidar a una mujer por ser infiel. De todas formas no es necesario escandalizarse con dicha ley: funciona en prácticamente la mitad de Nigeria, digamos, 70 millones de personas, y el caso de Amina Lawal es raro, si no único (además de que se dice que su sentencia nunca será efectiva). La ley funciona sin mayores incidentes y llevando los índices de delincuencia a prácticamente nada, lo que resulta en que algunas guías de viaje recomienden como un placer recorrer en bici el norte de Nigeria.
Eso lo he comprobado yo: es cruzar el río Níger y el orden se impone, la amabilidad, la limpieza y los rezos en las mezquitas cuatro veces al día. Mientras el actual presidente (de origen Yoruba) propone medios para suavizar (o eliminar) la ley Sharia, los Hausas la defienden como modelo moral, y como instrumento para mantener el orden en una sociedad, a priori, caótica. El cuadro, como siempre es complejo: ¿podemos criticar una ley que ha convivido durante generaciones con la ley nacional, con, según dicen, buenos resultados? ¿Quizá reformarla? Es realmente un problema para reflexionar, sin dogmatismos ni prejuicios.
Por ejemplo, no creáis que sabéis algo de toda esta historia solo por haber leído estas líneas. La película será mucho más complicada de lo que ninguno de nosotros (blancos, burgueses y embebidos en las costumbres y leyes de origen romano cristiano) podamos llegar a imaginar. Y, a lo que os he explicado, sumarle la existencia de otra muchas etnias diferentes (hasta ciento cincuenta) que encima están dispersas (por ejemplo hay muchas comunidades Igbos en Kano que provocan continuos enfrentamientos con los musulmanes), y que el Juju está en todos los sitios, como Dios nuestro señor, vamos.
Pero volvamos a mi viaje al norte, a mi encuentro con la Nigeria más remota.
Antes de llegar al parque hubo tres fantásticos eventos que no puedo dejar de reseñar:
El primero de ellos fue la parada técnica a almorzar. Entramos en una pequeña posada, cubierta de pósters escritos en árabe pero con el menú habitual de Ibadan. Me dije “esto no puede ser, llevo aquí tres meses sin ni siquiera probar la comida nigeriana. Esto se va acabar. Mi integración, justo antes de mi partida, va a ser total” Así que me puse manos a la obra: cassava, sopa agusi y seven up, el menú local.
Bueno, ¡casi me muero! La cassava es como una masa de harina hervida en agua, que se usa como pan. La sopa agusi está hecha con huevo, tomate, y una especie de espinaca salvaje que sabe a cuernos bailaos, todo picante y regado con su buen aceite de palma (de color rojo). Sin comer... aunque a la entrada un chaval vendía naranjas (una naranja nigeriana= tres naranjas españolas + doscientas pepitas) y una chica me vendió unas galletitas amargas y picantes pero comestibles. El conductor de nuestro coche, sin embargo, se atizó su buen platizo de sopa con todos los complementos.
Lo siguiente fue cruzar el río Níger. El río de África por excelencia, ancho como el Ebro en Tortosa, y a sus orillas las casetillas de adobe se levantan como setas, cuna de civilizaciones.
La tercera cosa que me pasó en el viaje fue que en una parada técnica me compré un yogur para beber, supuestamente envasado, y me hizo vomitar que no veas, pero ya sabéis: lo que no mata engorda.
En todo caso, el viaje desde Yorubaland hasta el norte musulmán fue impresionante. Conforme el norte se aproximaba las aldeas se volvían tradicionales, de adobe, todas simétricas como un cuadro artístico de la escuela abstracta holandesa. Las aldeas aparecen simétricas, cada unos cuantos kilómetros, camuflándose con la tierra roja que tiñe los campos y las paredes de adobe. Y en todos los pueblos, junto a las carreteras, están las mezquitas, modestos edificios de una planta de paredes descubiertas donde los aldeanos se alinean de rodillas, rezando juntos en el evento social del día. A la entrada de las mezquita hay siempre unas pequeñas teteras que utilizan para lavarse los pies antes de entrar a la mezquita.
De vez en cuando en algunas aldeas se ve algún dromedario, junto a los puestos de mercado.
Nuestro conductor nos hizo parar en un mercado para comprarse unas nueces que tienen un gran contenido en cafeína y que te pueden mantener despierto horas y horas. Se llaman nueces kola, y todos los conductores las usan para mantenerse despiertos en las carreteras, lo que las hace más inseguras, si cabe.
Por fin llegamos hasta el lago Kainji, con su inmensa presa de kilómetros, y sus centrales eléctricas. La carretera discurría por el borde de la presa, haciendo la impresión mas intensa si cabe. El primer día nos alojamos en el pueblo más cercano al parque, y fuimos a las oficinas del parque para arreglar un guía para el fin de semana. Allí tuvimos la primera sorpresa: los avestruces que guardan como mascotas y el museo de piezas de caza e instrumental requisado a los cazadores furtivos. Luego, en mi cruzada para descubrir la gastronomía nigeriana, pedí una maltina, una bebida típica entre los nigerianos que no beben alcohol (especialmente musulmanes), que es como una cerveza sin alcohol, pero no como una San Miguel 00 sino como una Guiness dulce y con más cuerpo. Ya, ya os lo imaginaréis, no me la pude acabar... ¡puaj!
Nuestro guía, Muri, era un simpático abuelillo, vestido con ropa mimetizada, con el que quedamos a las seis de la mañana, con la esperanza de que al alba veríamos elefantes.
En el parque vimos cinco tipos de antílopes, hipopótamos y una hiena; perseguimos a los búfalos pero solo vimos sus huellas, nos asustamos de las serpientes que saltan de los árboles, los baboons nos vinieron a recibir en el rancho del parque, quemamos rastrojos para el mantenimiento del parque (y nos hicimos fotos junto al fuego) y los leones se escondieron de nosotros, aunque no nos dimos por vencidos hasta el último momento. No os lo cuento en detalle, porque el safari es para vivirlo...
Pero si os digo que los hipopótamos son sin duda uno de los animales más fantásticos que puedo imaginarme. Realmente parecen caballos (hipo “caballo” y potamus “agua”) pero casi todo el tiempo no ves más que la nariz asomando del agua, pero cuando estiran la cabeza en un berrido se dibuja su silueta como si del caballo del Guernica se tratara. Fuimos a verlos tres veces, la primera, en pleno día, les observamos jugar en el agua; luego fuimos al atardecer, que es cuando salen del agua. Yo quería verles enteros, pero cuando empezaron a berrear (el jefe del grupo les indica el momento de la salida del agua) me asusté mucho y Bas también así que nos volvimos al coche. Dicen que el hipopótamo es el animal más mortífero de la sabana: es un animal muy fuerte y poderoso, pero también violento. Si te ataca, no hay muchas probabilidades de que no salgas con vida. También vimos la piel de un hipopótamo que habían matado, y era como de madera.
Otra cosa que hicimos con el guía fue recorre el río a pie; el conductor no vino, porque estaba asustado; pero yo creo que no fue peligroso ni nada. Nos acercamos a diversos animales que bebían agua en el río, casi todo antílopes, y vimos sus rutas, siempre los mismos caminos, que les llevan de sus refugios al río, a beber, y del río a los campos. Una maravilla...
Vamos, que si podéis hacer un safari... ¡que lo hagáis!
Aquí no había elefantes, que me hubiera encantado ver. Se fueron todos a Benin, acosados por los cazadores furtivos y la sequía. Vuelven cada diez años. Hace unos años, en un intento por promocionar el turismo en Nigeria, intentaron que los elefantes volvieran al parque. Para ello, llamaron a un maestro Juju, que hizo su conjuro durante tres días en el río. Los elefantes regresaron al parque a los diez días, pero cuando el influjo del brujo desapareció, los elefantes partieron a Benin.
Tras el safari, en nuestro viaje de vuelta, nuestro guía nos llevó a conocer a su familia. Muri eran musulmán, y había tenido cinco mujeres. Sin embargo las mujeres reñían entre ellas, y como la cosa era inaguantable, decidió que tres de ellas debían dejar el domicilio conyugal, quedándose con solo dos de ellas, las que más se querían, aunque siguió manteniendo a las mujeres que tuvieron que marchar. Muri tenía veinte hijos, algunos pobres, algunos inmensamente ricos.
Las dos mujeres con las que se quedó eran jóvenes y hermosas, pero una de ellas, la más joven, había muerto el año pasado dando a luz a su último hijo, así que Muri vivía solo ahora con la familia de su única mujer.
Entrar en su casa era impresionante: parecía una pequeña casa de adobe, pero tenía mil ramificaciones, y en realidad era enorme, tradicional y preciosa.
Nos despedimos en la entrada del parque, con fotos familiares, besos, abrazos y promesas de volvernos a ver, que espero cumplir.
El viaje de retorno fue tranquilo, con parada en el mismo restaurante, donde el plato del día eran estómagos de vaca cocidos... ¡Vanesa se fue otra vez a casa sin comer!
Espero que os hayan gustado estos recuerdos,
Un beso
Vane
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