Un milagro
Recuerdo de las clases de filosofía del instituto las cinco vías de Tomas Moro para creer que Dios existe. Bueno, no me acuerdo de sus palabras exactas pero sí de la idea principal: que el mundo es tan maravilloso que su sola contemplación no deja lugar a dudas de la existencia de Dios. No sé si lo maravilloso que es el mundo demuestra o no que Dios exista o deje de existir, pero que el mundo es un lugar lleno de sorpresas y fascinación, eso no lo dudo... ayer tuve una de esas experiencias que difícilmente se olvidan, por lo impresionante.
Como algunos de vosotros sabéis, habíamos planeado pasar la semana en Benin, pero después de varios días en Cotonou (con nuestras visitas a Ouidah y Ganvie) Bas no se encontraba muy bien y lo del safari nos pareció un poco pesado. Aunque decidimos volver al campus y dejar el safari para mas adelante, esta semana nos lo hemos tomado con mucha tranquilidad. Por eso ayer pasamos la tarde en la piscina bebiendo zumo de pomelo y leyendo (me estoy leyendo la República de Platón, que por cierto, no recordaba tan fascinante).
Por suerte para mí la hora de los niños ya había pasado. Ahora es verano aquí, y los niños están de vacaciones, así que durante todo el día la piscina está llena de gente (como la de Bailo hacia el quince de agosto), pero allá a las seis se queda vacía. Solos Bas y yo, en la cima de la colina donde esta la piscina, admirando el atardecer en el campus (recordad el sol de África).
Después de unos largos me quede flotando en la piscina, con los ojos cerrados. Es como un viaje al infinito: se pierde la consciencia de la orientación y el equilibrio. Cuando se abren los ojos de nuevo volver a la realidad es casi un shock.
Y más cuando el atardecer a enrojecido el cielo que ahora parece estar ardiendo, desde el bosque hasta la ciudad de Ibadan. Y contra el fondo rojo o violeta del cielo se recortan las siluetas de miles y miles de pájaros volando desde el norte hacia la ciudad, como miles de puntos negros agitando el cielo. Como los estorninos pero millones, cubriendo toda la superficie del cielo que Bas y yo podemos abarcar con la vista. Bas también está asombrado y no deja de mirar como las manchitas negras pasan imparables a miles delante de sus ojos.
Pero son unas siluetas extrañas: largas alas, anchas, silueta afilada, sin cola: no son pájaros...
¡SON MURCIÉLAGOS!
Son millones y millones de murciélagos que huyen de la aridez de la época seca en el Sahara, en Níger y el norte de Nigeria... vienen al sur a Ibadan y Lagos, a descansar en sus árboles y sus palmeras: pero vienen por millones.
Después de un rato los veo mejor, algunos vuelan incluso muy bajo, casi puedo tocarlos. Son grandes, casi cuarenta centímetros con las alas extendidas quizá... y vuelan a cielo abierto, todos en la misma dirección, como en un vuelo casi confuso ya que el sónar que les guía le sirve de poco.
Millones de murciélagos recortados en su vuelo imparable contra el cielo enrojecido del atardecer de África. Esto si que es un milagro, un milagro que ocurre todos los años.
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