Seguridad
Me da que no os he explicado los detalles más curiosos de la vida en el campus. La verdad que casi me he acostumbrado a todo ello y ya no me sorprende, pero voy a hacer memoria para que os hagáis una idea de cómo es la vida aquí. Primero visualizad la zona: jardines regados continuamente, rodeando chales de doscientos metros cuadrados y calles anchas al estilo de los Estados Unidos, con todo el mundo de un lado para otro en sus pick-ups.
Imaginemos que entramos en el campus. Llegamos por Oyo Road, la carretera que comunica Ibadan con Oyo, la segunda ciudad de Oyo State. Hemos atravesado innumerables calles llenas de polvo, con tenderetes conde las mujeres te venden cuatro piñas por un dólar o donde cocinan carne podrida sobre carbón humeante. Las sensaciones de los barrios periféricos de Ibadan son molestas para todos los sentidos: tristes para la vista, que observa la basura, el óxido, las casas inacabadas; dolorosas para el oído, que se enfrenta a un atasco continuo de bocinas y coches impacientes, y a los gritos (hay quien dice que en Nigeria el volumen general de la voz es considerablemente mas alto que en Europa). Desagradable para el olfato y el gusto, atrofiados en una mezcolanza de basura quemada y podredumbre y pesado para el tacto, que se enfrenta a la sensación constante de suciedad que se derivan de la humedad y el polvo.
Y entonces levantas la vista y ves la línea de árboles levantándose frente a la carretera, la verja inmaculada casi obscenamente limpia y recién pintada y las puertas abierta a un espejismo de paraíso. El campus es realmente hermoso, grande, lleno de naturaleza y vida... ¿cómo seria Nigeria si no lo hubiéramos corrompido?
Así es. Así de espectacular o vergonzoso. Los adjetivos los ponéis vosotros dependiendo de cómo os encontréis de humor. ¿Es un momento al capitalismo en medio de tanta desgracia o más bien un oasis de descanso donde sus trabajadores se entregan a los demás? Probablemente ni lo uno ni lo otro, mas bien algo intermedio entre las dos opciones. Pero, ¿es bueno que esté aquí? Supongo, espero, que sí.
En la entrada hay que mostrar la tarjeta que te identifica como
a)habitante del campus
b)trabajador con vivienda fuera del campus
c)visitante autorizado
Debes llevar dicha tarjeta en todo momento, de un lado a otro del campus, y si no la llevas en cualquier momento los de seguridad pueden pedírtela, o pedirte que te identifiques. Cualquier persona que desee visitar el campus debe tener una invitación desde dentro, es decir, alguien que habite o trabaje en el campus debe autorizar a esa persona a entrar. Hay una excepción: los habitantes de las aldeas desplazados por la construcción del campus tienen derecho a entrar para recoger cualquier cosa que se produzca en su interior: piñas, cocos, papaya, madera... en el bosque aun se pueden encontrar los cimientos y restos de aquellas viejas aldeas, y muchos de sus habitantes son ahora cazadores: entran furtivamente en el bosque por la noche para cazar duikers (como pequeños cervatillos) y otros animales. Parece que estas gentes consiguieron un buen precio por sus pueblos, pero ya sabéis mi opinión: Yo hubiera dado cualquier cosa para evitar la construcción de Mediano. No creo que el desplazamiento de la gente de sus pueblos (y de su cultura) se pueda justificar tan fácilmente.
Lo bueno de la tarjetita identificativa es que en todo momento tu nombre esta asociado a una cuenta bancaria y que de este modo no hace falta ir de un lado a otro con dinero en el bolsillo (lo que es especialmente indicado en un país donde las monedas son muy grandes y tienes que ir todo el rato con cincuenta billetes en el bolsillo, como cuando había liras en Italia). Por eso cuando voy al snack bar, o al restaurante, o a la tienda comunitaria, o a la biblioteca... solo tengo que mostrar mi tarjeta y firmar, y a final de mes me lo pasan por la cuenta. Así funciona, sin dinero. Supongo que la falta de dinero es seguridad también, porque no invita al robo. En general se dice que hay que mantener un “low profile”: no tener grandes coches, artículos caros o muy lujosos: ir mostrándolos por ahí invita al robo.
Aunque robar aquí es difícil. Ayer noche no podía dormir con el calor, y en una hora no dejé de oír el patrol de seguridad de un lado a otro del campus. Hay prácticamente un guardia en cada esquina, aunque pocos de ellos están armados. Hay sistemas de seguridad en todas las casa y alarma inmediata (un botón que al activarlo llama inmediatamente a la central de seguridad). A veces por la noche cuando volvemos del snack bar, de beber unos gin tonics (un buen gin tonic cuesta un dólar y medio aquí) o del cine nos vemos sorprendidos por una sombra debajo de un árbol, apenas perceptible, un guardia esperando ahí la noche. Estos tíos están completamente mimetizados con su entorno. Un día me di un susto tremendo al ir andando, mirando a mí alrededor, cuando de repente uno de los guardias apareció virtualmente delante de mis ojos, a solo un metro. Esto asusta especialmente si luego te cuentan que algunos de los que hacen juju pueden doblar la pierna y apoyar el pie contra el muro y desaparecer de la vista de la gente.
Además, para indicar la jornada de trabajo hay una alarma, por la mañana, a medio día y por la tarde, que suena como aquellas viejas alarmas que avisaban de la amenaza nuclear. Parece ser que antes de tener alarmas tenían unos conflictos tremendos sobre gente que llegaba tarde al trabajo o se iba antes y decían no tener reloj.
Ni la mitad de peligroso que Londres, aunque más triste. Sin embargo sorprende que los nigerianos sean tan fantásticos, vitales, sonrientes, siempre con un humor estupendo. No me cabe duda de que sabrán levantar el país.
Por cierto, que también hay actos de criminales organizados, aunque no en Ibadan, pero en otras ciudades, se organizan bandas para robar bancos, como ha ocurrido esta semana en ciudad Benin (que no esta en Benin sino en el estado de Benin en Nigeria); un desastre. Bas me ha dicho que están tan hartos de robos indiscriminados que para dar ejemplo han comenzado a colgar a los criminales y a exhibirlos públicamente. Leyendo a Foucault uno se sorprende de que hayamos olvidado esas cosas en Europa... pero, sin desmejorar la opinión del francés, a mi me horroriza pensar que los humanos seamos capaces de mostrar sufrimiento a los demás “como lección”.
En la guerra en Sierra Leona cortaban las manos de la gente. Mejor hubiera sido matarlos: sin manos les dejaban sin vida. ¿Vale la pena vivir entonces? Uno no puede evitar acordarse de Ramon San Pedro: ¿cuándo puede la vida dejar de tener sentido? ¿cuándo no se tienen manos? La crueldad humana no tiene límites.
No quiero entristeceros, solo contaros algunas cosas que también pasan ahí fuera, en Navidad.
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