El Silbo del Dale

Muchas veces, mientras le doy el pecho a mi niña me entran ganas de leer poesía. Estas navidades los Reyes me trajeron unos cuantos libros de poesía de la Generación del 27, que me parece es mi favorita. A veces se los leo a mi bebita, y me mira toda atenta porque las rimas le gustan (dicen que los bebés aprenden lenguage por medio de rimas y canciones).
Hoy leía el Silbo del Dale, de Miguel Hernández. Bueno, leerlo no, que me lo he aprendido de memoria, de bonito que es. Se me ha agarrado a mi pecho (el poema) y ahora no me suelta.
Cuando leo el Silbo, y eso que en Bailo- mi pueblecito pirenaico- no habían molinos, cuando leo el Silbo me acuerdo de Bailo. Me acuerdo no del pueblo, de los caminos, el manzano y el huerto, ni siquiera del aire que cuando silba azota y cuando no silba pesa. En realidad, de lo que me acuerdo cuando leo el Silbo del Dale es del paso del tiempo. De los cambios que no cambian y del espacio inmóvil.
Eso- y el cielo azul- es lo que más se echa de menos desde la ciudad inmensa y camaleónica que es Londres!