Phoenix, Arizona

Hace quince días estuve casi menos de una semana en Phoenix, Arizona. Como iba a estar tan poco tiempo intenté llevar un horario similar al que llevo en Newcastle, así que salí poco y más que nada me dediqué a seguir la conferencia, que era para lo que había ido, al fin y al cabo.
No sé por qué me salió un empeño que tenía que dedicarme a andar por la ciudad, para entenderla. Y claro, como me despierto a las 6 con el jet lag, cada mañanica me andaba unas millas antes de las 9, antes de encerrarme en una sala de aire acondicionado como hace todos los Phoenixeros. El caso que después de las 9-10 empieza a hacer un calor tremendo y no se puede andar por ninguna parte. Pero que quieres, esto es el desierto…
Una de esas mañanas me hice un paseo de unos cinco kilómetros en el que no vi más que un bungalow detrás de otro. Una cosa curiosa es que al andar por este infierno suburbano, uno se da cuenta de las tremendas diferencias económicas que hay en una ciudad como esta, desde residencias lujosísimas hasta casas que parecen a punto de derrumbarse. Otra cosa curiosa es que muchos americanos van a jubilarse a Arizona. La zona que recorrí andando bien podría a ver sido un gigantesco parque geriátrico. Digo esto pero no estoy segura, porque no vi a nadie en todo el camino. Bueno, por supuesto que ves gente pasando en hammers y 4*4, o grandes furgonetas, que se te quedan mirando como si estuvieras haciendo algo de locos (¿pero es que las piernas están hechas para andar?). Miento, miento. En realidad vi a dos personas: un hombre que parecía un indigente y otro hombre que, encima del tejado se esforzaba instalando los neones luminosos para Navidad. Viéndole colgar luces en forma de copito de nieve a uno le entraba una sensación surrealista, como si hubiera penetrado en una película de Cocteau… andando por aquellas calles misteriosas que de tanta luz parecían estar a oscuras.
Aunque los niveles surrealistas no se pueden igualar a la experiencia de la Arizona State Fair, la feria del Estado de Arizona. ¡Esto es como la Expoforga pero en grande! La atracción principal, entre un surtido de cosas fritas (calabacines fritos, patatas fritas, maíz frito, patas de pollo fritas, burritos fritos, barras de chocolate fritas) era la mantequilla frita. Había dos sabores: canela o ajo. Por allí anduve con una amiga, Sarah, que solía trabajar conmigo en Durham pero que ahora se ha ido ¡a tierras más hirvientes! Fuimos a ver las carreras de cerdos, nos bebimos un litro de limonada, estuvimos contemplando la posibilidad de hacernos una limpieza de dientes, buscamos sin encontrarlos a los de las danzas indígenas y al final nos vimos en el gran estadio viendo una carrera en 8 de autos locos (Después de levantarnos y simular que cantábamos el himno americano). Creo que este fue el momento en el que finalmente entendí de que va todo este rollo de la Tea Party: la necesidad de arriesgarse en un circuito de lodo en un coche escacharrado a pegarse la gran hostia, eso, no debería haber gobierno que lo regulara.
En fin, por lo demás, comida tex-mex, grandes avenidas llenas de coches, más emigrantes de los que los arizonenses se imaginan es su retrograda legislación (y cierto miedo a hablar español entre los emigrantes) y un cielo más azul que el azul del cielo… estas son mis impresiones de esta ciudad huraña que no se sabe si le ha ganado la batalla al desierto o ha cometido una de las mayores imprudencias de la historia.

1 comments:

waladacaccese dijo...

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