Monte Oroel
Hola a todos,
Como algunos de vosotros sabéis el colegio Monte Oroel, mi colegio, está de cumpleaños. ¡Cumple 25! Para celebrarlo, están recopilando material sobre anécdotas, dibujos y otros trabajos que servirán para una exposición, y celebración el día doce de Noviembre.
Yo también quiero participar, porque también tengo muchos recuerdos de Monte Oroel, así que voy a contaros unas historias del colegio...
Aquí en Inglaterra cuando hablamos de historia algunos se asombran de mi conocimiento de los reyes y dinastías europeas entre los años 1492 y 1800 aproximadamente. Yo sé que la historia nunca fue mi punto fuerte, y que lo poco que sé se me va olvidando, pero todo lo que recuerdo se lo debo, sin duda, a uno de los mejores profesores de historia que he conocido: Don Juan. Recuerdo muy grandes momentos con él. Por ejemplo, el primer día que llegamos a clase de plástica en sexto Don Juan nos dijo que teníamos que hacer un dibujo. Luego, los recogió todos y nos dijo:
“¡Yo esto me lo guardo, y cuando seáis famosos el día de mañana me haré rico!”- creo que ese fue un gran piropo... Don Juan también nos enseñó a apreciar el arte moderno entendiendo el románico que el adora, y junto con Don Florencio nos descubrieron algunas de las maravillas de San Juan de la Peña.
Pero Don Juan también me enseñó una lección muy importante. Bueno, dos. Una, a respetar el material de la escuela. La otra, mucho más importante, a descubrir que el mundo gira alrededor del sol, no alrededor de mí. La cosa fue, más o menos así:
Creo que fue durante un examen que ataqué una de las mesas del frente de la clase. Acabé el examen enseguida y me dediqué a mi tarea favorita: dejar mi impronta en el material escolar. Teníamos unas mesas verde pálido que se desintegraban suavemente bajo la presión de la punta del bolígrafo, y creo que mi nerviosa persona encontraba irresistible.
Pero había un pequeño problema. No durante el examen, porque el profesor vigilaba mucho más a los de atrás que a los de delante. Sin embargo yo sabía que si dejaba mi nombre escrito en aquella mesa, tarde o temprano algún profesor lo vería y automáticamente yo recibiría un castigo. Pensé que era la persona más lista de la Tierra cuando escribí en la mesa “YO”; pero claro, como no era mi nombre lo que escribía en la mesa me dí un antojo: Escribí “YO” en letras enormes, que casi podían verse desde lejos. Y en cuanto acabó el examen volví a la seguridad de mi asiento en una de las últimas filas.
Ni siquiera me percaté de que la mesa se había quedado vacía. En la siguiente clase Don Juan no venía de muy buen humor. Entró, se sentó en la silla, andó algo inquieto de un lado a otro de la clase. Hasta que sus ojos repararon en la mesa de marras.
“¿Por qué destrozais el mobiliario escolar de esta manera? Estas mesas son para vosotros; si las destrozáis no seré yo, sino otro alumno, el que tendrá que convivir con una mesa destrozada. Además es ridículo. Mirad esto.”- Don Juan inclinó la mesa hacia nosotros, de modo que todos pudimos ver mi fantástico bajorelieve en el contrachapado verde:
YO
“¿No creéis que la persona que ha hecho esto no es normal? No solo destroza esta mesa, sino que además ni siquiera pone su nombre. No. YO. Como si fuera la única persona que existe en el mundo. Hay que ser egocéntrico para poner YO.”- su enfado se había evaporado: ¡ahora se moría de risa! Y en el otro lado de la clase yo escondía mi cara roja. Todo el mundo sabía quien había escrito eso, quien se había sentado en esa mesa durante el examen... Menos Don Juan.
Así que no tuve castigo, pero me sentí tan avergonzada de mi misma, de mi egocentrismo, de mi falta de consideración, que nunca volví a escribir en una mesa... ¿nunca? Bueno, igual alguna que otra vez, pero aprendí la lección. ¿Oh no?
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Ah, Monte Oroel, ¡que tiempos tan gloriosos! ¡Tantas aventuras! Bueno, yo, por supuesto, solo pensaba en mi eterno amor no correspondido, Gustavo y en mis grandes amigas Olga, Cristina y Lorena. Eso, y quizá en las ciencias naturales que me encantaban. Como aquella vez en la que Don Fernando entró en la clase sintiendose como un profesor moderno y nos dijo:
“Aquí, en la clase, se aprende preguntando. Cuantas más preguntas me hagáis, más aprenderéis. ¡Así que hacedme todas las preguntas que queráis!”
El tema de aquel día eran las abejas. Don Fernando nos explicó algunas cosas, sobre su vida en colonias, y como su división en Obreras, Zanganos y la Reina.
Una mano en alto. La primera pregunta no debió ser difícil. Algo como:
“¿Pueden existir dos reinas a la vez?”
“No por lo general, pero pueden darse casos en que sí”
Nada más contestar ya había otra mano levantada:
“¿Puede haber tres reinas?”
“Hombre, eso aún es más improbable que dos...”
Cuando Don Fernando respondió esta pregunta otras tres manos se levantaban al fondo de la clase, cada una de ellas con una nueva pregunta. Cuando Don Fernando no había todavía contestado la tercera pregunta, nuevas manos se levantaron a lor largo de la clase. ¡Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... las preguntas de todos aquellos niños parecían no tener fin!
Y todos seguíamos levantando las manos. Yo pensé que Don Fernando ya no ponía cara de muy buenos amigos al ver nuestras manos en alto, pero yo todavía quería saber tantas cosas, sobre que flores preferían las abejas, como transportaban el polen desde la flor hasta su casa, como se decían unas a otras donde estaba la comida...
Me acuerdo de esta porque fue una de las mejores clases de mi vida: ¡nunca antes pensé que el mundo de las abejas pudiera ser tan apasionante! Y tengo que decir que Don Fernando trató de contestar todas nuestras preguntas, y algunas que no sabía se las apuntó en un papel y nos trajo unas cuantas respuestas otro día. Pero yo creo que ese día acabó un poco harto de tantas preguntas: porque es cierto que los niños aprenden haciendo preguntas, pero siempre que preguntan esperan una respuesta. Y la ciencia, definitivamente, no puede contestar todas las preguntas.
1 comments:
Hola Vane!
Espero que le envies esto al Murdok porque le va a encantar. Yo no he encontrado fotos y no me inspiro para escribir nada de Escuela Hogar, solo me viene a la cabeza la z... de Luisa cuando me obligo a comerme la tostada con mantequilla que habia tirado a la basura puaaaaajjj y cuando nos castigo a recoger hojas a las 6 d ela mañana en pijama por hablar por la noche. Del cole me acuerdo cuando un chico le enseño a Jose Luis un dibujo para un concurso y a este al verlo le dio un ataque epileptico, jeje.
Bueno, lo dejo en tus manos que vean lo buena escritora que eres. Espero que me menciones.... :-)
Muac, Jara
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