Reflexiones desde el otro lado del mundo

A modo de pausa nnavideña publico en mi blog una historia que me ha enviado por correo electrónico uno de mis amigos montesinos que esta recorriendo el mundo, David, que se ha casado y vive en Seattle. Es una de esas historias que aunque te dejan helado, te dan ganas de vivir. La guerra de Yugoslavia es mas cercana a nosotros de lo que nos parece, asi que por eso publico esto, para que acertemos a comprender lo que ocurre no tan lejos de nosotros.

La historia de Emina

Aquí, en Seattle, una profesora se movió, hizo algo, y unos señores pusieron dinero, y consiguieron una maravilla del mundo y de la vida que se llama Emina. Y su historia es lo que quería contaros en estas Navidades y previo fin de año. No quiero ser moralista, porque yo no soy ejemplo de nada, pero me apetece compartir esta historia, y quien sabe, a lo mejor al contarla se me aclaran las ideas... Ahí va: El otro día Emina, una amiga de los vecinos nos contó la historia de su vida hasta hoy día: Tiene 27 años. Se trata de una Bosnia musulmana. Es la persona más llena de energía, alegría y ganas de vivir que puedas echarte a la cara. No le hables de política, ni de lo que ocurre en el Pacífico, ni de nada que no afecte a su vida diaria. ¿Egoísmo? Todo lo contrario. Donde más cosas puedes hacer es en tu entorno diario, cree ella, dando alegría a este mundo y confiando en la humanidad (¿lo único que nos queda?). Con 14 años Emina era una niña como otra cualquiera. Jugaba a balonmano en la liga de Yugoslavia, era una campeona juvenil de tiro, y toda una monada rubia con ojos azules. El día de su llegada a Sarajevo, donde iba a visitar a su tío, musulmán Bosnio como ella, el se encontró con el inicio de la guerra de Yugoslavia, y el cerco a la ciudad. En Sarajevo, a los musulmanes les obligaron a llevar brazaletes identificativos, y les echaron de sus trabajos. Durante el inicio de la guerra los serbios se fueron cargando a los musulmanes más importantes de Sarajevo. Un día entraron a casa a por su tío, y nunca mas se supo de él. A su prima de 15 años la violaron y a ella, que tenía 14, al defenderse con todo lo que pudo, sólo le dieron una paliza. Después de eso, el vecino, que la conocía de toda la vida, le dijo que le iba a ayudar a ir a la zona franca, llevándola hasta el río que separaba la zona ocupada de la zona de libre tránsito. Al llegar al río, el vecino, con cuya hija había jugado desde niña, le dijo que se quitara la ropa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la quería violar. Emina le suplicó que no lo hiciese, que pensase que ella podía ser su propia hija, pero al señor en vez de ablandársele el corazón explotó en una rabia terrible, y empezó a darle una paliza tremenda, de la que ella no recuerda más que los tres primeros golpes. Desnuda, sin ropa e inconsciente, el vecino la tiró al río y unos kilómetros más abajo la recogieron unos serbios pensando que la identificaron como de los suyos.
Cuando abrió los ojos estaba en un hospital sin poder mover ni un músculo del cuerpo, con la cara destrozada, diez costilla rotas, las dos piernas, el brazo, la clavícula, etc... y rodeada de serbios, sus ahora mortales enemigos. Durante tres meses en cuidados intensivos no pudo hablar y al salir de allí todavía se quedó un año más en el hospital, hasta que le dieron el alta. Durante este año no pronunció ni una palabra. Hablar le hubiera delatado como bosnia, ya que tienen una lengua diferente a los serbios. Se aterrorizo el día en que un serbio la reconoció, pero este no dijo nada. Era un serbio que, como muchos otros, estaba totalmente en contra de lo que estaba sucediendo y formaba parte de una red que sacaba a gente del país. Fue él quien le anunció que era momento de marchar, y se fueron ella junto con otros veinte serbios y bosnios a cruzar la frontera hacia Bosnia. Mientras cruzaban la frontera el grupo de Emina, con papeles falsos y un nuevo nombre inventado, fue interceptado por un comando bosnio que creyó que eran serbios. La mitad del grupo murió bajo los balazos, mientras ella gritaba que era bosnia en su lengua.
Milagrosamente se salvó, y le llevaron a donde se encontraba su madre, que llevaba año y medio dándola por muerta. Ambas conservaron sus identidades falsas. Fuera de la zona de guerra pensareis que a sus 15 años volvería al colegio o a ayudar a su madre o algo así, ¿no? Que va, para nada. No olvidemos que Emina era campeona infantil de tiro. Fue reclutada para ser francotiradora. No voy a contar las historias que cuenta que se ven a través de la mira de un fusil de precisión, escondida en alguna torre o edificio de Zagreb. Lo único que puedo decir es que, a sus quince años perdió la cuenta de la gente a la que había matado. Había llegado al punto en que ver que matan a tu mejor amigo o matar a cualquier violador te da igual. Se había convertido en pura reacción, hasta que un día, antes de cumplir 16 años, le dijo a su madre que o salía de aquel país o se pegaba un tiro, porque se estaba volviendo loca.
Así que consiguieron contactar con la Universidad de Seattle para que la becaran en algo, para estudiar y salir del país. Pero no acabó ahí la locura. La embajada americana se negaba a darle el visado, por problemas técnicos. A la quinta vez que le rechazaron el visado, mientras la señora al otro lado de la ventanilla estampaba con toda tranquilidad el sello de "no concedido", Emina dijo que ya estaba bien, y perdió los nervios y empezó a destrozar la embajada, pegando con una silla contra la mampara donde aquella burócrata le negaba su única posibilidad de salir del país. Tras tres horas de pelea y huidas por la embajada pudo ver al cónsul americano, y al acercársele le preguntó que qué pasaba. Ella le contó su historia, y el cónsul le dijo a la burócrata que hiciera el favor de hacer algo, aunque fuera darle el status de refugiada. Ella, Emina, se negaba, ya que conocía la odisea de los miles de refugiados bosnios que malvivían como pordioseros en el campo de refugiados que había en Texas. Ella no quería ser una refugiada, quería ir a Seattle a estudiar. El cónsul le dijo que el status de refugiada sólo era un requisito para poder salir de Europa, y que una vez en los Estados Unidos podría ir a Seattle sin problema. A todo esto ella no hablaba ni una palabra de inglés.
Dos días después salió para Chicago. En Chicago, un guardia la separó del grupo de gente que se montaba en el avión para Seattle, y le dijo que no, que ella a Texas. Evidentemente ella no entendía nada. Se puso a gritar enseñando su billete a Seattle y al final trajeron a una intérprete. Por lo que fuera, la intérprete sintió hostilidad hacia ella y empezó desacreditarla diciendo que ella tenía que ir a Texas como el resto del mundo. Pasó cinco horas agarrada a una barandilla defendiéndose con uñas y dientes, sin que nadie se atreviese a acercársele, hasta que por fin alguien de la Universidad de Seattle consiguió ponerse en contacto con el aeropuerto y convencer a los responsables de aquel embolado de que era cierto, que Emina viajaba a Seattle. Finalmente Emina embarcó en el avión a Seattle, y fue entonces donde se dio cuenta de que no recordaba cuando había sido la última vez que había comido. Al ponerle la azafata la comida delante, comió con tal voracidad que sus dos vecinos esperaron a que acabase para darle sus respectivas comidas. Destrozada y agotada llegó por fin al aeropuerto de Seattle.
Al salir del interior del aeropuerto se encontró con una delegación de personas de la universidad que llevaban una pancarta de bienvenida con su nombre, el verdadero, escrito en ella. Hacía más de dos años que no veía su nombre de verdad. Lo odió, odió su nombre y su país, su lengua, su religión y todas las religiones, a los serbios, a los croatas, a los bosnios, a los europeos por no haber hecho nada, a los americanos por lo mismo, y al acercarse al grupo, con intención de arrancar esa pancarta y destrozar ese nombre balcánico que era el suyo y que le recordaba todo lo que había pasado, una señora se le acercó, la abrazó y le dijo en su lengua al oído "tranquila, yo sí que te entiendo". Y entonces es cuando se puso a llorar, de una sentada, todo lo que no había llorado en más de dos años de pesadilla.
Emina lleva diez años en este país (USA), y ha rehecho su vida absolutamente, le encanta la vida y a pesar de ver lo que ha visto, cree en la humanidad porque como ella contaba, no te queda otra, y es que en una guerra lo que aprendes es que no puedes fiarte de nadie, ni de tu sombra. La paradoja es que o aprendes a vivir confiando y aceptando lo que te venga, o no merece la pena. Y es que el ser humano es la leche, increíble, acojonante, en lo bueno y en lo malo. Y con todo lo que damos de sí, ¿qué hacemos dejando que el mundo esté como está? ¿No es alucinante?

1 comments:

Anónimo dijo...

Recuerdas cuando vimos Mystic River que nos parecia tan terrible?
un saludo para David.
Besos Lur