Las maravillas culinarias de Ouidah

La cocina de Benin es famosa en Nigeria, por su calidad (aunque eso no es difícil, porque cualquier plato que utiliza algo mas que casava en Nigeria es toda una novedad) así que Bas y yo nos propusimos sumergirnos de lleno en las delicias culinarias beninenses, atreviéndonos a comer en los restaurantes de Ouidah. Después de dos intentos decidimos que el albergue de la diáspora (un albergue europeizado, poblado solo por turistas) era el único sitio donde podíamos resistir la comida... no estamos hechos para disfrutar de todo lo que se nos ofrece...

Intento 1: Restaurante “La amistad”
Al preguntarle a uno de los “moteros” donde había un lugar para comer nos llevó a este restaurante, situado muy cerca del recinto central del festival de cine. Una valla de cáñamo nos recibió al
entrar en un recinto que me recordó inmediatamente al hotel Waikiki (del juego Hotel, claro): paredes de madera, techo cónico, de cáñamo, muebles de bambú... el lugar era precioso pero no había absolutamente nadie... finalmente nos sentamos en una mesa y cinco minutos después aparecieron unos lugareños que no dejaban de reírse de Bas... porque era muy alto.
El menú está lleno de maravillas ¡tienen de todito todo! Además, el precio parece bastante justo. Bas se pide un plato vegetariano, y yo después de hablar un poco de frencañol con el camarero me decido por un plato de pollo en una salsa especial de limón, algo típico, me dice el hombre.
Y, oh, maravilla, el servicio es inmediato.
Pero la comida... nada mas ver mi pollo se me quita el hambre.
Bas dice:
“eso es lo que sirven por aquí: “poulet biciclet””
“ ¿poulet biciclet?”
“si, ¡un pollo que ha comido mas o menos lo mismo que una bicicleta!”
Y nos echamos a reír. Amigos, si eso hubiera sido poulet a la biciclet, me lo hubiera comido. Sin embargo, cualquier parecido de aquella cosa con un pollo era mera coincidencia: la pieza desde el cuello a la pierna no era mas grande que una perdiz. Como no soy amiga de experimentos, con mis manías de exvegetariana y todo, y tras imaginar todos los tipos de pájaros que habíamos visto disecados (junto con ratas y otras cosas peores) en el mercado de objetos vudoun, el pollito se quedo allí enterito con su salsa y sus patatas fritas y ni siquiera me moleste en clavarle el tenedor para discernir que era.
Al irnos yo echaba humo, al margen de estar hambrienta. Sin embargo eso no evitó que al imaginar la decepción del camarero al ver que no había ni tocado el pollo, le diera una buena propina, para endulzar el disgusto.
Bas tiene su propia teoría. Dice que el restaurante la amistad es un restaurante para borrachos que no pueden distinguir lo que se les sirve en el plato.

Intento 2: Restaurante el Oasis

Esta vez nos decidimos por un lugar que parecía lujoso, el restaurante Oasis, en el centro de la villa y mimado por la Lonely Planet (ese enemigo acérrimo de los viajeros). Ya habíamos hecho un intento el día anterior, pero al encontrar el restaurante vacío nos habíamos inclinado por no probar suerte. Sin embargo yo me empeñé en comer ahí, porque quería probar otro sitio, y “descubrir la comida beninense” mas allá del poulet biciclet.
Así que le dije al camarero: “¿Voulez vous quelque chose a manger?” y el hombre inmediatamente me asegura que sí. Nos guió hasta el restaurante en el piso de arriba y nos invitó a sentarnos junto a la ventana. Los horarios del viajero: eran las cinco de la tarde.
La cosa da mala espina, no solo porque no hay nadie, sino también porque las mesas están llenas de polvo y parecen no haber sido usadas desde el día de la inauguración, aunque el lugar esta amueblado con todo lujo de detalles a la europea.
El camarero se inclina hacia nosotros con una sonrisa:
“El plato del día es pollo”- dice el tío.
Bas me grita con la mirada que nos vayamos corriendo. Yo, sin embargo me inclino por la negociación: al final convenzo al camarero de que el plato del día es en realidad espaguetis con tomate. Así que el camarero desaparece por la puerta del comedor hacia lo que yo supongo es la cocina.
A la media hora a Bas y a mi se nos ha acabado la conversación. Estamos más hambrientos que los tíos de “Viven”, y el camarero no nos ha traído ni los refrescos. Media hora después ya no aguantamos sentados en nuestra silla: comenzamos a dar vueltas por el restaurante y nos sentamos a ver la tele.
El camarero, sin embargo, esta missing total, no hay manera de encontrarle. No está en el bar, ni en el váter, ni en la recepción de las habitaciones. Lo que yo creía que era la cocina está desierto, como si nadie hubiera entrado ahí en el ultimo siglo. Para hacer tiempo, un chavalillo en pijama nos enseña el hotel al que pertenece el restaurante. Los pasillos desiertos, la falta de mantenimiento, recuerdan tiempos de pasado esplendor. Dando vueltas por el edificio, hasta el torreón desde donde se ve la ciudad de Ouidah imagino la ilusión con la que se construyó el hotel y como el colapso económico lo llevo a la ruina. Finalmente me atrevo a preguntar al chaval: ¿por qué cerraron el hotel? A lo que chaval me responde lacónicamente: “No, no está cerrado” aumentando mas, si cabe, mi estupor.
Como detalle pop todas las cortinas de las ventanas del hotel eran del mundial de fútbol España 82, con su Naranjito incluido.
El atardecer ha llegado. Son las siete y no hay ni rastro del camarero. A mí me empieza a parecer que aquello es demasiado kafkiano. Además, tengo hambre. Así que me pongo hecha una furia, y al final consigo averiguar donde esta el camarero: ¡Ha ido a hacer la compra!
Si, señores, así es como funciona la cosa: no tienen clientes, por lo tanto, no tienen nada en la nevera, porque, ¿pa que? Pero si viene un cliente no tienen empacho de dejar el restaurante a la mano de dios para ir a hacer la compra.
En medio de mi ataque de incomprensión aparece el camarero, que, pobre hombre sufre unos pocos improperios (nada grave, no creo que entendiera el español) y casi con lágrimas en los ojos nos pide que esperemos, un poco más, hasta que cocine los espaguetis. El hombre ha invertido su dinerillo en los ingredientes de la cena, y si no lo vende... se hunde en la mierda.
Así que Bas y Vanesa se suben al restaurante polvoriento, mientras el camarero le dice al chavalin en pijama que nos cocine una comida tardana que se ha convertido en cena temprana. Afuera es de noche, y las películas del festival nos esperan.
Media hora después los espaguetis están listos y ¡oh milagro! Están buenísimos. Pero aunque hubieran sido el mejor plato del mundo, aquellos espaguetis estaban condenados a ser indigestos. Así que nunca volvimos al “Oasis”, donde por cierto, el camarero, no creo que nos vuelva a recibir (ni nos trajo bebidas, ni nada de nada el tío)
Espero que hayáis entendido por qué en todos estos días en Ouidah no haya pasado de los crepes, las brochetas de ternera con patatas fritas y las gambas al ajillo. Es lo que tiene la comida africana...



1 comments:

Anónimo dijo...

genial¡¡¡.- Arguiñano, que pòr casualidad ha entrado en el blog, me pide urgentemente la receta del poulet a la biciclet y de los espaguetis al canfranero, pues va a ejecutarlos en el programa del viernes.- no os lo perdaís¡¡¡¡¡¡¡