Javier

Uf, es que tengo tantas cosas sobre las que escribir que no se por donde empezar… pero creo que me voy a dar un descanso de la política y voy a hablaros de otra cosa hoy si no os importa. Hoy voy a hablar de amor, que dado el nuevo estilo de mi blog me parece un tema muy apropiado. Hace un tiempo me leí un libro fantástico de Nick Hornby que se llama “Alta fidelidad”, que me lo dejó mi tía Juli, por cierto. En él, el prota, rompe con su novia y para tratar de entender porque sus relaciones van tan mal decide reencontrarse con sus novias del pasado.
A mí mi novio no me ha dejado (de hecho me quiere mucho muchito). Sin embargo, algo ha ocurrido hoy que me ha removido por dentro: Ja me ha enviado una foto de uno de mis antiguos idolatrados amores no correspondidos. En la foto, el que fuera mi corazoncito, aparece transformado: una expresión apagada ha sustituído su sonrisa; hace unos años se nos convirtió a la metrosexualidad, pero parece que al pobre le ha servido de poco. Al mirar la foto lo primero que he pensado ha sido: “Dios mío, este hombre y yo éramos totalmente incompatibles. Menos mal que la cosa acabó en su momento.” Pero entonces he pensado que de hecho, eso me pasa con casi todos mis viejos amores. No volvería a estar con ninguno. Y he pensado, como Nick Hornby, que tal vez reflexionar sobre mis anteriores fracasos me ayude a aprender de ellos...
O sea que habrá que empezar por el principio. Con vuestro permiso me saltaré el capítulo de mi novio de parvulitos en Zizur Mayor, porque no me acuerdo de su nombre y sólo me acuerdo que me estaba sentado en la mesa del cubo y la pala (yo estaba en los globos); también podemos pasar de mi amor con Julito, porque me ató una cuerda al tobillo y me tiró por la escalera a ver que pasaba, así que amor no debía haber mucho; y finalmente me permitiréis que me salte el capítulo en el que Auría me casó con Iván en una boda de broma (fue imposible mantener a Iván junto al improvisado altar de la mesa de la maestra, o sea que yo pienso que aquello mucha boda no fue...). También me voy a saltar el capítulo de Gustavo (mi amor del esquí); el capítulo de Raúl del Cacho, el primer chico que me pidió salir aunque yo le dije que no; la primera vez que me dí un beso con un chico, uno en cada lado de un cristal, fue con Carlos Pérez; la primera vez que me dí un beso de verdad fue con un primo de Jara; la primera vez que me “enrrollé” con un tío así ya, independientemente, fue en la Uni, con un tal Jose Luis de Huesca que tenía 7 años más que yo; y el primer chico que me pidió algo más serio, aunque yo le acusé de querer en realidad enrrollarse con mi amiga Elena (que me había mentido a lo grande) fue Tomás de Boltaña, a quien mucho tiempo después me lo encontré en la gasolinera del susodicho pueblo.
Pero mi primer AMOR AMOR, ya lo sabéis todos, no fue ninguno de estos: fue Javier de Larués aka “Almendreu”. Habíamos sido amigos durante muchos veranos, pero yo sabía que a Javier, desde siempre, le gustaba Ja. Pero Ja estaba en otros menesteres... Javier y yo hacíamos todo juntos: a la piscina íbamos juntos; por la noche siempre quedábamos juntos; bailábamos Rock’n’roll, yo le contaba todo y él me contaba sus amores por Ja... y así, ay, ¡qué verano el de los quince años! Yo, la verdad, creía que Javier era algo inalcanzable. Si me hubieran dicho que algo de mí le gustaba no me lo habría creído. De hecho, en áquel momento, yo no creía que pudiera gustarle a nadie (como me pasó con Tomás que antes de creerme que yo le gustaba me creí que quería salir conmigo por estar cerca de mi amiga... ¡qué cruz!). Pero llegaron los mágicos San Lorenzos y la cosa cambió. Ocurrió en un concierto de Barricada... Javier y yo estábamos bailando, gritando, sudando, cuando de repente le ví venir hacia mí, me cogió en sus brazos y... ¡me estaba besando! Este ha sido, probablemente uno de los momentos más felices de mi vida: era la primera vez que sentía Amor del tipo ese que yo no entendía; además era correspondido; ¡y además era Javier! Y desde ese mismo momento millones de historias sobre el futuro comenzaron a surgir: Javier y yo en Barcelona; Javier y yo yendo juntos a la universidad; Javier y yo viajando a Estambul; Javier y yo, Javier y yo....
El resto de la historia de ese verano ya os la sabéis casi todos vosotros: amor a raudales, los dos pegados como si no existiera nadie más en el mundo, el capítulo de Javier defendiéndome ante mi madre durante mi borrachera inocente de las fiestas de Bailo (“Señora, no le grite usted a su hija”), planes para el futuro, risas, cosas y al final del verano un abrazo y una promesa: “Cada vez que mire a una estrella pensaré en tí” (Sí, ya sé que es patético, pero que queréis: tenía quince años y estaba enamorada. Me hacían falta estrellas, corazones, y todas las ñoñerías de las que me pudiera apropiar). Y la imagen final: Mi primo Fernandito y Piter cantando a coro el dúo dinámico: “El final, del verano, llegó, y tú partirás; yo no sé, hasta cuando, este amor, resistirá”. Y yo me enfadé con Fernandito, y el me dijo “Vanesita- él y Piter siempre me llaman Vanesita- son los quince años, todos hemos pasado por esto. ¡Es tu primer amor!”. “El primero y el último”, le dije, “porque este amor va a durar para siempre”.
Así que Javier y yo hicimos planes conzienzudos; escribirnos, una vez a la semana. Llamarnos lo más posible. Visitas, sería difícil, pero el podía ir a Huesca a ver a sus tíos y yo podía ir a ver a mis tías. Hasta Navidad la cosa fue genial. Las cartas de Javier eran preciosas. Las mías espero que también. Nos llamábamos mucho, aunque a veces a escondidas. Y, cada dos meses, se las quería apañar para venir a Huesca.
Recuerdo la primera vez que quedamos en Huesca. Estaba sentado en el Apolo, tomándose un café. Con la misma expresión melancólica que me había enamorado, mirando al café como si le fuera a desvelar el sentido de la vida... le espíe a través del cristal, en medio del humo (entonces aún se podía fumar en casi todas partes) y me imaginé por un segundo nuestro reencuentro. ¿Y si yo no le gustaba ya? ¿ Y si se había olvidado por qué me amaba? Yo no me había olvidado; me acordaba aún de su profundo derrotismo; de sus dedos larguísimos; de sus labios superbien perfilados y sus ojos un poco chinescos (fisionomía que me ha perseguido en algunos de mis novios años después pero esto es materia para otro capítulo); a mí me parecía que Javier tenía un aire a lo Patrick Swayze, a quien ya le había echado yo el ojo años atrás (si quieres saber cómo pincha AQUI). Durante un segundo antes de entrar al Apolo pensé que quizá lo mejor fuera que nunca entrara, que me fuera corriendo y que así todo lo maravilloso que había sido aquel verano no se me olvidaría nunca. Podía dejar nuestra historia de amor allí congelada para siempre, como un espejismo en la memoria.
Pero entré. Entré, ví la alegría en sus ojos al verme, nos fundimos en un beso y pensé que nos querríamos para siempre.
La anécdota curiosa es que esa noche salimos por ahí y Javier me llevó a casa de mi tía Juli. Al día siguiente, cuando me levanté fui a por el pan y cual sería mi sorpresa cuando al salir al portal me encontré el coche de mis padres en la calle. Se ve que mientras yo paseaba mi amor por las calles de la capital oscense, mis padres se habían quedado muy preocupados sobre todo pensando que tendría que volver sola al Perpetuo Socorro (que por aquel entonces tenía fama de barrio peligroso, ya ves tú) y a las dos de la mañana, en un ataque de responsabilidad por su hija quinceañera, se cogieron el coche y bajaron a Huesca. Cuando llegaron lo primero que pensó mi padre fue “Ah, pero si hay luz, hay un montón de farolas”. Y luego, al llegar a casa de mi tía donde yo ya dormía plácidamente, no se atrevieron a llamar por no despertarnos y acabaron durmiendo en el coche. Las aventuras de la familia cebolleta, vamos.
A todo esto, solo hemos revisado el amor. Ahora viene el desamor.
La cosa fue gradual. Las cartas empezaron a llegar más despacio. Durante nuestras llamadas parecíamos tener poco que contar. Conforme el verano se aproximaba yo me ponía más nerviosa y los mensajes de Javier se volvían más crípticos. Otros años Javier venía el 1 de Julio sin falta y se quedaba todo el verano. Este año sin embargo, no vino. Me llamó y me dijo: iré el 10. Y detrás de eso vinieron las críticas: que si me había vuelto “grunge”; que no tenía que llamarle todo el tiempo... el día 10 no vino. Me dijo que su familia no le había dejado ir. Me lo creí. Me dijo que venía el 21. El 21 no vino. No vino. Sus excusas empezaban a sonar extrañas. Al final lo dejé estar: ya vendrá, pensé. Y me fui a Guaso la primera semana de Agosto. Cuando volví, Javier ya había llegado a Larués.
Cuando llegué de Guaso lo primero que hice fue bajar corriendo a las piscinas. Esta vez no fue como en Huesca. No dudé. Aunque sentía que algo iba mal no podía dudar de mi amor, de eso jamás. Así que no esperé a entrar. Salté la puerta del bar de las piscinas corriendo, esperando a abrazar a Javier y a hacerle olvidar cualquier duda que tuviera. Aún me acuerdo de él, ahí, sentado en el borde de la piscina. Mirando al agua. Corrí con los brazos abiertos pero cuando estaba casi encima de él sus ojos me detuvieron. Sus ojos y toda la gente de alrededor; la comunidad turca de Larués, terreno enemigo para mí. Me paré en seco. Pero sonreí. ¡Me alegraba tanto de verle! Nos dimos dos besos, cortesía, nada más. Y luego me senté en el césped con mi toalla y la expresión triste. Después de mendigar atención un rato Javier finalmente se decidió a venir donde estaba yo, causando una sonrisa automática en mi cara, y me dijo: “ven, tenemos que ir a dar ‘una vuelta’”. ‘Una vuelta’ era cosa seria: o me amaba o me iba a dejar. Y sin embargo, en lugar de amor no dejaba de hablar de lo difícil que era el instituto; de que yo no llevaba mallas porque no me quedaban bien; de que en Barcelona no se lo pasaba bien. Hablaba, hablaba y yo no entendía nada de nada. Y al final acabó explicándome que le habían hecho un test de inteligencia y que no lo había hecho bien; que no podía salir conmigo porque yo era ‘demasiado inteligente’. Os podéis imaginar que esto me sonó a estupidez mayúscula. ¿Por qué era yo más inteligente? Esos tests eran una mierda, le dije, eso no significa nada. Es como un examen. No demuestra nada. Javier, yo te quiero a tí, ¡cómo seas! Pero él ya lo había decidido: me dejó allí llorando como una tonta. Al día siguiente eran las fiestas de Bailo, así que me decidí por ahogar mis penas en cerveza. Sorprendentemente la persona que más me consoló fue Oscar Rigau, quien durante todas las fiestas cuidó de mí como si fuera mi madre. Incluso un día me llevó a dar ‘una vuelta’ y empezó a decirme que no me preocupara, que todo iría bien... y se intentó enrrollar conmigo. Yo a Óscar ya me lo conocía, así que hice lo que pude para salir por patas. No fue el único carroñero: de hecho Javier las tuvo peor. Una chiquita de Larués que era idiota, se había pasado semanas pretendiendo ser mi amiga- y luego me entero que Javier se había enrrollado con ella antes de cortar conmigo- (Él se excusó diciendo que no podía ‘cortar por teléfono’). Luego había otra chica de Pamplona que tampoco le dejaba en paz, me intentó usar para conquistarle. Yo me reí de lo lindo de ambas con la ayuda de Ja y de Ja. ¡Ah! El otro carroñero fue Orlando Bloom aka Salaver, que me contó una mentira inmensa de que había visto a Javier en Barcelona con otra chica y luego también intentó a ver que se podía. ¡Cómo se ven las cosas por el cristal del recuerdo amigos! Dejemos todo esto atrás: fue un verano penoso de aventuras penosas. Fue el verano en el que hice un juramento fatal: que no me volvería a enamorar de nadie jamás (juramento que me acompañó largos años, por cierto).
EPÍLOGO: Javier está casado ahora; de hecho se casó muy joven y en seguida se hizo una casa y tiene un niño (¿o más de uno?). Pero a mí no me habla y ni siquiera sé por qué. De hecho nos hablamos durante un tiempo. Recuerdo encontrarmelo en Zaragoza una vez, con traje de militar (debió ser de los últimos que no se libró de la mili) y de que yo pensé que de verdad no teníamos nada en común. Hace un par de años lo ví en las fiestas de Bailo, pero no me dijo ni hola ni nada. De hecho, la última conversación que tuvimos la recuerdo perfectamente. Fue justo cuando yo me iba a Holanda, también en las fiestas de Bailo. Me encontré a su amigo Raúl y entonces vino Javier. Me dijo algo así como ‘hola, hace tiempo que no sabía nada de tí’, ‘sí, sólo nos vemos de fiesta en fiesta’, dije yo, y él ‘no pero el año pasado no viniste a las fiestas’, ‘ah no’, contesté, ‘estuve en Argentina, con una cosa de la universidad. Y luego unas semanas viajando por Bolivia y Brasil’, contesté, ‘ ¿y no te has ido este año?’, me preguntó él, ‘no este año tengo que prepararme y ahorrar para ir a Holanda, estoy currando en el camping’. ‘Que vueltas da la vida’, dijo él de repente, ‘tu viajando tanto y nosotros por aquí...’, pero entonces le dije yo con envidia: ‘jo, pero no me digas eso, si tu has ido el que más lejos; te has casado, tienes tu casa en la montaña como querías... por cierto que a ver si me invitas a tu casa...’, dije esto sonriendo como hago siempre pero algo debí decir mal porque su respuesta, las últimas palabras que le he oído decir jamás, fue: ‘¿mi casa? Tú nunca pondrás un pie en mi casa’. Esa noche hice lo impensable: quemé sus viejas cartas, guardadas con amor todos esos años.
Vale que este blog es mío y soy yo la que se vende, pero ¿qué fue lo que le dije? ¿Creyó que al decirle que me invitara a su casa me estaba insinuando? Si lo hice, no tenía ninguna intención. Si me brillaban los ojos es solo porque le recuerdo solamente como congelado, en aquel verano de los quince años.
Hace unas semanas le dije a un chico del trabajo que me gustaban las manzanas orgánicas; que aunque eran feas por fuera eran más jugosas por dentro. El chico se creyó que le estab tirando los tejos, que él era ‘una manzana orgánica’ fea por fuera y jugosa por dentro. Si de semejante tontería un tío se monta una película no debería sorprenderme que otros tipos se montaran otras. Pero me da pena que fuera precisamente Javier, el primer chico del que estuve enamorada... a mí sólo me gustaría hablar con él...

4 comments:

Anónimo dijo...

Yo estaba en aquel concierto de Barricada, y me acuerdo de haber conocido a Almendreu -que es como le llamabamos el resto- y decirle: "cuida bien a mi sobrina".

Anónimo dijo...

huy, no sé por qué puse Chinochano.

Oye, que sepas que desde el 25 de octubre Oasis Airlines ofrece vuelos baratos a Hong Kong.

Anónimo dijo...

Uf,menos mal que los amores turcos aunque dolieron se acabaron. ¿Me imaginas a mi con el Dani de Vito de Larués? Hasta se viste de ganster! Jajajaj
¿Te imaginas que hubiera continuado tu amor con Javier? Ejemplo: En vez de ir a un club de Jazz irias al Conos a escuchar regeton. Ya no te digo nada más.
Creo que hemos ganado y mucho con el cambio, sera que cada uno tenemos lo que nos merecemos pero tardamos en encontrarlo un poco...
Muac
PD: Por si no os ha contado nada Vane: Che y yo vamos a ser papás!

Vane dijo...

No queria adelantarme Ja, por eso me lo guarde aunque ganas de chafardear ya tenia... bueno que sepas que en una sola semana he tenido cuatro anuncios de embarazo (incluidas tu y Leti!)
Chachi piruli y la envidia que me da...
Por otro lado, si tu y yo hubieramos continuado nuestros amores en Larues a lo mejor Danny de Vito y Almendreu eran personas mucho mas interesantes: Danny de Vito se hubiera acostumbrado a disfrutar de las cosas de la vida y Javier seria un fan del Jazz (por cierto, que creo que la verdadera causa de la ruptura entre Javier y yo fue Revolver: el los adoraba y a mi la voz del Carlos coñi me daba vomitera)