Otoño triste...
Parece que septiembre no deja de traernos muertes; por el mundo muchas. Por nuestros pueblos y ciudades otras quizá más insignificantes pero mucho más significativas... Hoy se ha muerto una mujer a la que durante mi infancia vi cada día; fue quien me vendió aquellos maravillosos sidrales que desaparecieron entre los peligros de la sociedad del riesgo y bajo la norma europea por, probablemente, contener más componentes cancerígenos que otra cosa digna de mención. Era la persona que me vendía un colajet; luego correría hacia ella con alegría cuando me tocaba un premio. También ha sido una persona que durante todos mis años fuera de Bailo siempre se ha acordado de mí, de donde estaba y que hacía, y nunca se olvidaba de preguntarme algún detalle desconcertante.
Tan lejos de Bailo, se me aparece como en una neblina, y lo único que puedo imaginarme es la magnífica silueta de San Juan de la Peña sobre el camino de Bailo a Arbués. Se me antoja que es ese el camino de la vida, acaso nos espere Creonte al otro lado de la muga de Arbués, para ayudarnos a cruzar el barranco.
Bailo no es Bailo sin la gente de Bailo; casi que desearía parar el tiempo, congelar a todo el mundo por un momento para que no desaparieciera ni un poquito más del pueblo; porque cada vez que alguien se va se va un pedazo del pueblo, y entender ese pequeño pedazo de geografía pirenaica se vuelve una empresa más difícil.
¿Cuánta gente ha querido congelar el tiempo antes de mí? Yo lo congelaría en mi infancia, no dejaría que nada cambiara, aunque yo quisiera ser mayor o diferente. Las memorias de años pasados son más espectaculares y excitantes de lo que nunca lo fueron las propias vivencias. Casi estoy deseando ser una anciana, para tener no la tensión de los días pasando sino una colección de fantásticas memorias en las que cada personaje será maravilloso, tan maravilloso como se me aparece ahora Teresa, como cada domingo, con sus sidrales y sus colajets.
1 comments:
Che dice,
Vaner eso q has escrito es muy bonito. Q lo sepas.
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